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Un pastor en el cielo
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Un hombre que fue un pastor de ovejas de los Alpes suizos, se encuentra muy a gusto con la vida que lleva en el cielo, es decir en el más allá.
Durante su vida terrenal, él y su esposa, llevaron una vida de acuerdo a la doctrina cristiana. Si bien fueron pobres en la Tierra, pero ahora pueden vivir en un palacio hermoso, junto a algunos de sus descendientes que también han llegado al más allá.
Un guía nos llevará a conocer a esta pareja y mostrará cómo es la vida en el más allá.
El pastor suizo, celestialmente hermoso, recibe a los visitantes con las siguientes palabras: «Os saludo en el nombre de la pureza de la Palabra del Señor. Siendo el servidor más ínfimo de este hogar, os ruego que me digáis el buen propósito que os ha traído aquí».
«Querido amigo», le responde el guía, «tu pregunta es justificada y tus palabras están llenas de la sabiduría de los Cielos, pero a ellas les falta algo: ¡el amor! Tu organización doméstica es una maravilla, pues todas tus fabulosas pertenencias son producto de tu sabiduría.
Pero ¡un solo grano de arena en el Reino del Amor de Dios vale infinitamente más que todas estas maravillas! Mira, quienes están conmigo son alumnos del amor, y yo soy su guía en el nombre del Señor. ¡Piénsanos y considéranos desde este punto de vista!
Se sabe que la pureza moral es una virtud estupenda, y el hombre justo un amigo del Señor; pero al Señor le agrada más un pecador que hace penitencia por amor a Él, que noventa y nueve como tú, aun con toda pureza moral que nunca precisó penitencia alguna».
Y dirigiéndose a la mujer, el guía continúa: «¿Y tú, mujer purísima de este hombre sumamente puro? Tu modo de vivir fue en verdad como la estrella más pura, y una castidad jamás manchada te trajo a este reino maravilloso. Pero en el Reino de la mañana eterna habitan muchas de tu sexo, mujeres que incontables veces pecaron en la carne.
Pero estas pecadoras reconocieron su culpa y, contritas, se humillaron ante el Señor. Después se enamoraron de Él tan apasionadamente que ya no anhelaron otra cosa sino la Gracia de que Él las aceptara tras la muerte como las más ínfimas entre todas las que pueden disfrutar de su Misericordia infinita.
Y ahora viven en la mañana eterna, sumamente bienaventuradas en la continua presencia del Señor.
Realmente, aquí todo es maravillosísimo y muy esplendoroso; pero una choza de paja en el Reino donde habita el Señor es infinitamente más sublime que todo este esplendor».
Ambos se golpean el pecho y exclaman al unísono: «Oh, poderoso amigo del Señor, ¡con estas pocas palabras nos has dicho algo infinito! Presentimos hace mucho que debe existir algo más grande y sublime que todo esto de aquí.
Pero no hemos encontrado ningún punto de arranque porque, en este marco, nuestra sabiduría siempre ha producido lo más excelso. Ahora sabemos que todo esto nos fue dado para que, con ello, reconociésemos cada vez más el amor. Por eso dinos: ¿Qué debemos hacer para merecer tan sólo una gota del Amor del Señor?».
El guía les responde: «¿Acaso nunca oísteis lo que el Señor dijo al joven rico?
Le dijo: “Déjalo todo y sígueme”.
Y recordad que en el Libro está escrito: “Había en mitad del Templo un fariseo honesto que consagraba sus obras al Señor, todas enteramente conformes a la ley de Moisés, mientras que en el fondo había un pobre pecador que se golpeaba el pecho, diciendo:
‘Oh Señor, ¡no soy digno ni de levantar mis ojos a ti!’”.
¿A cuál de ambos pensáis que el Señor justificó?».
«El Señor justificó al pecador contrito».
«Pues ahí podréis encontrar fácilmente el camino que lleva al Señor. Haced lo mismo, pues la Palabra del Señor también vale en todos los Cielos, y eso eternamente.
Tomadlo a pecho: Ante Él no hay nada que sea puro o justo, porque sólo Él mismo es puro y justo, bueno y misericordioso. No os consideréis perfectos y haced lo que hizo el pecador en el Templo y aquél que fue crucificado al mismo tiempo que el Señor. Sólo entonces encontraréis la verdadera justificación: ¡el amor al Señor!
¡Volveos pobres -completamente pobres- para que seáis tanto más ricos en el Amor del Señor!».
La pareja se levanta y, envuelta en lágrimas, vuelve a los suyos que se encuentran ante el palacio. Absortos escuchan a los abuelos.
El guía dice a los visitantes: «Ved como todos se quitan sus joyas y cambian sus vestidos esplendorosos por otros más sencillos. Los abuelos se lo dan todo a los tres más pobres y toda la asamblea, de más de cien personas, viene aprisa y corriendo hacia nosotros».
Fuente: EL Sol Espiritual, tomo 1, capítulo 44, recibido por Jakob Lorber.